sábado, 1 de diciembre de 2012

ANDRÉS BELLO, EL SABIO





ANDRÉS BELLO, EL SABIO

Por ©Giuseppe Isgró C.

Carlos V, con agudeza singular, frente al voraz afán por destruir todo vestigio del pasado, como lo señala Bartolomé De Las Casas, en su reseña al respecto, sugería rescatar la memoria histórica de los antepasados, en el territorio americano.

Uno de los que siguieron aquella sugerencia fue Pedro de Cieza de León, que en su Crónica del Perú y en El Señorío de los Incas.

En todo país es preciso rescatar los Valores de la Patria. Andrés Bello, relevante figura del humanismo americano, fue conocido, en su época, como “el hombre que lo sabía todo”.

Ya al salir para Londres, en junio de 1810, en compañía de López Méndez y de Simón Bolívar, había escrito su Resumen de la Historia de Venezuela, y la Gramática Castellana para el uso de los americanos, con la que buscaba mantener la unidad del castellano, era una obra acabada.

Sin duda, denota ya, a esa temprana juventud, un genio formidable, con la que habría pasado como uno de los grandes hombres de la humanidad. Es la segunda gramática más importante después de la de Antonio Nebrija, escrita en 1492, con análogo fin. Su lectura es una delicia, por la concisión, perfección de estilo y claridad en las ideas, en la edición ampliada y comentada por Rufino José Cuervo.

Su permanencia en Londres, y su acceso a la Biblioteca del Museo Británico y a la de Francisco de Miranda, durante diecinueve años, le permitió cultivar ampliamente su acervo cultural en tal grado que constituyó la base para su fecunda obra en Chile, en la tercera etapa de su vida.

Su extensa obra como Jurisconsulto y Legislador, por su aporte a la Constitución Chilena, a la Redacción del Código Civil, que al igual que lo hacen los literatos con el Napoleónico, es preciso leer para perfeccionar el arte de escribir con precisión en las ideas y la elegancia en el estilo.

Fue, además Pedagogo, de múltiples facetas, que creó “escuela” y una constelación de discípulos que continuarían su obra. Su discurso al inaugurar la Universidad de Chile, de la que sería su Rector aún después de su desencarnación, impresionó al joven Rafael Caldera, cuando a los diecinueve años escribió su obra “Andrés Bello”, -clásico continental del bellismo-, analizando las principales las vertientes del Maestro.

Fue el pionero, en América, del Derecho Internacional, siendo el redactor de gran número de Tratados, además de la reseña de Bolívar en Londres, de lectura obligada, y de la adaptación de los principios del Derecho de Gentes, a la realidad americana, para hacer más fluidas las relaciones internacionales de las jóvenes naciones.

En geografía, astronomía, historia, poesía de corte clásico, cultivo del latín, griego y otras lenguas, Derecho Romano, Crítica Literaria, Discursos en el Senado Chileno, traducciones como la de Orlando Enamorado, e incontables artículos para la educación de América, sus estudios del Cid, los de Filosofía y filología, entre otros, sus columnas en el Repertorio Americano y en el Araucano, denotan la vastedad de su saber.

Cuando, en cierta ocasión Antonio Leocadio Guzmán daba un discurso sobre Andrés Bello, se disculpa enseguida cuando observa que le resulta poco fácil abarcar la inmensidad del personaje.

Andrés Bello sigue siendo uno de los principales maestros de las patrias americanas, ya que trascendió los límites de la propia, y los nuevos líderes e intelectuales, y cualquier persona que se precie de culta, precisa emular, cultivándose, en las obras completas del sabio venezolano.
Qué influjo no ejercería sobre Rafael Caldera en su larga trayectoria política, pedagógica y de profundo pensador, como se denota en “Moldes para la Fragua”, y en “Reflexiones desde la Rábida”, sin duda otro modelo a emular, para las nuevas generaciones.

Juan Vicente González estaba asombrado cuando el 24 de noviembre de 1865, al llegar la noticia de la desencarnación de Bello, la gente, en la Caracas de entonces, la recibió con cierta indiferencia. Él presintió el suceso al ver que esa tarde era menos alegre que las otras tardes caraqueñas.

Luis Correa señala algo análogo con Teresa de la Parra, escritura de exquisita prosa y estilo clásico, con sus obras cumbres Ifigenia y Memoria de Mamá Blanca. Argentina, México, y el resto de Latinoamérica, exaltaron los méritos literarios de su obra, pero en Venezuela pasó como algo intrascendente.

Empero, los maestros de la Patria constituyen los paradigmas que es preciso emular en la edificación de la propia obra, ya que ellos vieron más lejos los futuros destinos que se precisa construir en el espacio y en el tiempo. Un claro ejemplo lo tenemos con José Antonio Páez y Simón Bolívar.

Pero, al igual que lo hiciera Andrés Bello, hay que avocarse al estudio de la obra de todos los grandes hombres, y mujeres, de la humanidad, para el cultivo de la Doctrina Universal, y tener la visión amplía en las funciones de líderes, que cada generación está destinada a generar.

Centremos, las nuevas generaciones, la atención en la obra de Andrés Bello, y sin duda alguna tendremos el mejor ejemplo a emular en el desarrollo del propio intelecto y comprensión del mundo en el que nos ha tocado vivir.

Adelante.

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