ANDRÉS BELLO, EL SABIO
Por ©Giuseppe Isgró C.
Carlos V, con agudeza singular, frente al voraz afán por
destruir todo vestigio del pasado, como lo señala Bartolomé De Las Casas, en su
reseña al respecto, sugería rescatar la memoria histórica de los antepasados,
en el territorio americano.
Uno de los que siguieron aquella sugerencia fue Pedro de
Cieza de León, que en su Crónica del Perú y en El Señorío de los Incas.
En todo país es preciso rescatar los Valores de la Patria.
Andrés Bello, relevante figura del humanismo americano, fue conocido, en su
época, como “el hombre que lo sabía todo”.
Ya al salir para Londres, en junio de 1810, en compañía de
López Méndez y de Simón Bolívar, había escrito su Resumen de la Historia de
Venezuela, y la Gramática Castellana para el uso de los americanos, con la que
buscaba mantener la unidad del castellano, era una obra acabada.
Sin duda, denota ya, a esa temprana juventud, un genio
formidable, con la que habría pasado como uno de los grandes hombres de la
humanidad. Es la segunda gramática más importante después de la de Antonio
Nebrija, escrita en 1492, con análogo fin. Su lectura es una delicia, por la
concisión, perfección de estilo y claridad en las ideas, en la edición ampliada
y comentada por Rufino José Cuervo.
Su permanencia en Londres, y su acceso a la Biblioteca del
Museo Británico y a la de Francisco de Miranda, durante diecinueve años, le
permitió cultivar ampliamente su acervo cultural en tal grado que constituyó la
base para su fecunda obra en Chile, en la tercera etapa de su vida.
Su extensa obra como Jurisconsulto y Legislador, por su
aporte a la Constitución Chilena, a la Redacción del Código Civil, que al igual
que lo hacen los literatos con el Napoleónico, es preciso leer para
perfeccionar el arte de escribir con precisión en las ideas y la elegancia en
el estilo.
Fue, además Pedagogo, de múltiples facetas, que creó
“escuela” y una constelación de discípulos que continuarían su obra. Su
discurso al inaugurar la Universidad de Chile, de la que sería su Rector aún
después de su desencarnación, impresionó al joven Rafael Caldera, cuando a los
diecinueve años escribió su obra “Andrés Bello”, -clásico continental del
bellismo-, analizando las principales las vertientes del Maestro.
Fue el pionero, en América, del Derecho Internacional,
siendo el redactor de gran número de Tratados, además de la reseña de Bolívar
en Londres, de lectura obligada, y de la adaptación de los principios del
Derecho de Gentes, a la realidad americana, para hacer más fluidas las
relaciones internacionales de las jóvenes naciones.
En geografía, astronomía, historia, poesía de corte clásico,
cultivo del latín, griego y otras lenguas, Derecho Romano, Crítica Literaria,
Discursos en el Senado Chileno, traducciones como la de Orlando Enamorado, e
incontables artículos para la educación de América, sus estudios del Cid, los
de Filosofía y filología, entre otros, sus columnas en el Repertorio Americano
y en el Araucano, denotan la vastedad de su saber.
Cuando, en cierta ocasión Antonio Leocadio Guzmán daba un
discurso sobre Andrés Bello, se disculpa enseguida cuando observa que le
resulta poco fácil abarcar la inmensidad del personaje.
Andrés Bello sigue siendo uno de los principales maestros de
las patrias americanas, ya que trascendió los límites de la propia, y los
nuevos líderes e intelectuales, y cualquier persona que se precie de culta,
precisa emular, cultivándose, en las obras completas del sabio venezolano.
Qué influjo no ejercería sobre Rafael Caldera en su larga
trayectoria política, pedagógica y de profundo pensador, como se denota en
“Moldes para la Fragua”, y en “Reflexiones desde la Rábida”, sin duda otro
modelo a emular, para las nuevas generaciones.
Juan Vicente González estaba asombrado cuando el 24 de
noviembre de 1865, al llegar la noticia de la desencarnación de Bello, la
gente, en la Caracas de entonces, la recibió con cierta indiferencia. Él
presintió el suceso al ver que esa tarde era menos alegre que las otras tardes
caraqueñas.
Luis Correa señala algo análogo con Teresa de la Parra,
escritura de exquisita prosa y estilo clásico, con sus obras cumbres Ifigenia y
Memoria de Mamá Blanca. Argentina, México, y el resto de Latinoamérica,
exaltaron los méritos literarios de su obra, pero en Venezuela pasó como algo
intrascendente.
Empero, los maestros de la Patria constituyen los paradigmas
que es preciso emular en la edificación de la propia obra, ya que ellos vieron
más lejos los futuros destinos que se precisa construir en el espacio y en el
tiempo. Un claro ejemplo lo tenemos con José Antonio Páez y Simón Bolívar.
Pero, al igual que lo hiciera Andrés Bello, hay que avocarse
al estudio de la obra de todos los grandes hombres, y mujeres, de la humanidad,
para el cultivo de la Doctrina Universal, y tener la visión amplía en las
funciones de líderes, que cada generación está destinada a generar.
Centremos, las nuevas generaciones, la atención en la obra
de Andrés Bello, y sin duda alguna tendremos el mejor ejemplo a emular en el
desarrollo del propio intelecto y comprensión del mundo en el que nos ha tocado
vivir.
Adelante.
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